17 de julio del 2023
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Tratamiento de la Cardiopatía Isquémica
Una vez hecho el diagnóstico de síndrome coronario agudo (angina de pecho inestable o infarto agudo de miocardio), el paciente debe permanecer hospitalizado y en reposo. Si se trata de un infarto por oclusión total de la arteria, el tratamiento se dirige a desobstruir la arteria lo más rápido posible, ya que cada minuto que pasa cuenta.
Las medicaciones utilizadas en el momento agudo son:
Ácido acetil salicílico (Aspirina). Hace que las plaquetas no se peguen unas a otras dentro de la arteria, por lo que disminuye la formación de trombos. Es el primer fármaco a administrar en cuanto se produce dolor en el pecho, incluso en domicilio.
Otros antiagregantes plaquetarios. Refuerzan la acción del ácido acetil salicílico para evitar la agregación de las plaquetas. El más común es el clopidogrel, pero prasugrel y ticagrelor también se usan en casos de especial gravedad.
Anticoagulantes. Mediante otro mecanismo, también van dirigidos a disolver los trombos de dentro de la arteria. Se usan diferentes tipos de heparina que se administran por vía endovenosa o subcutánea.
Betabloqueantes. Su función es desacelerar el corazón, que se quede en estado de reposo para demandar menor oxígeno. Además, también reducen el riesgo de presentar arritmias.
Fármacos para evitar el dolor. Es posible que en muchos casos se requiera la administración de morfina, si el dolor es muy intenso.
Nitroglicerina. Se puede administrar como una pastilla o espray debajo de la lengua o de forma endovenosa. Su función es dilatar las arterias del corazón para permitir un mejor paso de la sangre.
Trombolíticos o fibrinolíticos. En aquellos casos en que se diagnostique una oclusión total de la arteria por trombo, se pueden administrar estos fármacos, que tienen el objetivo de romperlo y hacer la sangre muy líquida. Son muy potentes y están indicados en unos casos muy concretos; no se administran de forma rutinaria, a diferencia del resto de fármacos.
Aunque normalmente la mejor opción es el tratamiento con medicamentos, en otros casos, cuando se trata de un problema más grave o la medicación no es suficiente, lo mejor es intentar abrir la arteria.
Angioplastia o revascularización percutánea. El paso inicial es realizar una coronariografía o cateterismo coronario. Si se sospecha que la oclusión de la arteria es total, el cateterismo debe hacerse de forma urgente, sin perder ni un solo minuto. El paciente debe ser trasladado con una ambulancia medicalizada hasta el centro de salud más próximo. Si se trata de una angina de pecho o un infarto sin oclusión total de la arteria, la coronariografía se puede diferir 24h.
Mediante esta prueba, se puede ver qué arteria está afectada. Con el mismo catéter que se ha introducido a través de la ingle o la muñeca del paciente, se pasa un pequeño balón para llegar hasta el sitio donde se encuentra la obstrucción y se hincha de aire. De esta forma, la arteria queda abierta de nuevo. En la mayoría de los casos, además, se coloca un stent, un muelle cilíndrico hecho de metal, que recubre la parte interna de la arteria para evitar que se vuelva a cerrar. Este procedimiento se llama angioplastia con implantación de stent.
Aunque los stents son casi siempre de metal, se distinguen dos tipos: recubiertos o farmacoactivos y no recubiertos o metálicos, en función de si llevan o no un medicamento impregnado en su interior.
La coronariografía o cateterismo coronario es una prueba invasiva que permite ver las arterias coronarias. Los cardiólogos especialistas en hemodinámica son los encargados de realizar esta prueba, la cual consiste en pinchar una arteria del brazo o de la ingle, bajo anestesia local, e introducir un catéter hasta las arterias coronarias. A través de este catéter, se inyecta un contraste que rellena el vaso por dentro. Mediante rayos X, se toman imágenes de la arteria desde diferentes ángulos, de forma que si existe una zona obstruida el contraste ayuda a visualizarla. Las imágenes obtenidas son como un molde del interior de la arteria.
Una vez terminada la exploración, se retira el catéter y se realiza una compresión muy fuerte sobre la arteria que se ha puncionado, para evitar que se produzcan sangrados, ya que la sangre pasa a mucha presión por las arterias. Si la arteria puncionada es la radial (en la muñeca) se hará compresión con un vendaje durante 4 horas, y luego se recomendará evitar movimientos bruscos o cargar pesos con esa mano durante una semana. Si la arteria puncionada es la femoral (en la ingle), el vendaje compresivo debe estar colocado durante 12 horas, y se puede empezar a caminar a las 24 horas.
El riesgo de complicaciones es bajo, y las más frecuentes son los hematomas derivados de la punción de la arteria. Hay que tener en cuenta que esta exploración conlleva una cierta irradiación con rayos X, y que se debe realizar con precaución en las personas alérgicas al contraste con yodo.
La coronariografía, además de dar una importante información para el diagnóstico de la cardiopatía isquémica, permite ver el paso de la sangre por el interior de las coronarias, por lo que ayuda también en su tratamiento.
Cirugía de revascularización coronaria o by-pass. En algunas ocasiones, hay obstrucción en más de una arteria coronaria, o las lesiones son múltiples y difíciles de tratar mediante angioplastia. Una alternativa posible para estos casos es la realización de una cirugía cardíaca con by-pass.
Se realiza en quirófano, con anestesia general. Se abre el esternón para dejar el corazón asequible a la mano del cirujano. El torrente sanguíneo se deriva a una máquina de circulación extracorpórea, que se encarga de hacer de corazón artificial y mantener el flujo de sangre a todos los órganos del cuerpo mientras se manipula el corazón.
La cirugía consiste en coser una vena o arteria del propio paciente de forma paralela al vaso enfermo, sin tocar la zona obstruida. De esta forma se consigue hacer un puente, una circulación accesoria, mediante la cual la sangre llega al músculo cardíaco de forma correcta. Se puede utilizar una arteria del propio paciente, llamada mamaria interna, o vena, que se extrae de las piernas.
Los stents son unos muelles metálicos que se pueden colocar dentro de la arteria coronaria obstruida, a través de una coronariografía o cateterismo cardíaco. El objetivo de su colocación es evitar que la arteria vuelva a obstruirse de manera rápida después de haber intervenido sobre ella.
Los dos riesgos principales tras la colocación de un stent son:
La trombosis. Cuando las plaquetas que circulan por la sangre entran en contacto con el material metálico del stent, tienden a unirse unas a otras (fenómeno de agregación) y forman un coágulo que puede obstruir de nuevo la arteria y causar un infarto. Es lo que se conoce como “trombosis del stent”. Para evitar que las plaquetas se agreguen y formen coágulos dentro del stent, se utiliza el tratamiento antiagregante. En las primeras semanas tras la colocación de un stent, el riesgo de trombosis es más alto, por lo que se recomienda el tratamiento con dos antiagregantes diferentes. La duración del tratamiento dependerá de múltiples factores, entre ellos, del tipo de stent que se haya utilizado.
La reestenosis. Una vez colocado el stent, las células de la arteria coronaria empiezan a crecer hacia su interior, hasta conseguir recurbirlo por completo, a través de un proceso que se conoce como endotelización. En sus estadios iniciales, este proceso es beneficioso, ya que el material metálico del stent queda recubierto por células de la propia arteria, de forma que no estimula a las plaquetas a agruparse y reduce la posibilidad de que se formen coágulos y aparezca la trombosis. Pero si el crecimiento de las células hacia el interior del stent continua, pueden llegar a producir una obstrucción en la arteria y reaparecer los síntomas de angina de pecho. Este proceso se conoce como “reestenosis del stent”.
Existen dos tipos principales de stents:
Stents metálicos o no recubiertos. Suelen ser de acero o cromo-cobalto. Tienen forma de cilindro y sus paredes tienen una estructura de red. Existen múltiples tamaños, tanto de diámetro como de longitud, para poder adaptarse a cualquier arteria. El crecimiento de células de la arteria del paciente hacia su interior es más rápido, por lo que existe riesgo de trombosis durante menos tiempo, pero mayor riesgo de reestenosis. La duración mínima del tratamiento con dos antiagregantes en este tipo de stents es de un mes, tras el cual se debe mantener el tratamiento indefinido con un solo antiagregante.
Stents farmacoactivos o recubiertos. Tienen una estructura metálica común a los stents no recubiertos, pero llevan además impregnado un fármaco sobre el metal. Este fármaco desacelera el crecimiento de las células de la arteria del paciente hacia dentro del stent, por lo tanto, reduce la reestenosis del stent. En contrapartida, esto hace que el metal del stent quede en contacto con la sangre durante más tiempo, por lo que se prolonga el tiempo en el que hay riesgo de trombosis. Por este motivo, es necesario alargar también el tiempo en el que se debe tomar un doble tratamiento antiagregante de las plaquetas (3, 6 o hasta 12 meses).
El objetivo fundamental del tratamiento a largo plazo es la prevención secundaria, es decir, evitar que la angina de pecho o el infarto vuelvan a aparecer. Por ello, se debe combinar el tratamiento con fármacos con un cambio en el estilo de vida.
Modificación del estilo de vida
La modificación de los estilos de vida es la pieza fundamental para evitar o prevenir la cardiopatía isquémica, ya que resulta mucho más eficaz que cualquier tratamiento farmacológico o quirúrgico, y no presenta ninguna contraindicación. Pese a ello, a veces es lo más difícil de conseguir.
Dejar de fumar. Aunque a veces es difícil, merece la pena poner todo el empeño en ello.
Alimentación equilibrada. Se deben tener en cuenta tanto la cantidad como las características de los alimentos. Por una parte, interesa mantener un peso adecuado, según la edad y estatura y, por otra parte, es importante seguir una dieta rica en frutas, verduras, legumbres y pescado. Entre las carnes, es preferible, por su menor contenido en grasas, el consumo de pollo, pavo o conejo. Por último, se deben consumir ocasionalmente carnes rojas (ternera, pato, cordero), embutidos, dulces y bollería.
Ejercicio regular. El ejercicio físico mejora el tono muscular y la función cardíaca. También reduce la probabilidad de que las arterias del cuerpo se obstruyan y aporta una sensación de bienestar físico y emocional. Ayuda a controlar otros factores de riesgo como la obesidad, la hipertensión o la diabetes. No es necesario hacer un ejercicio físico intenso, pero sí de forma continuada. Se aconseja escoger una actividad que agrade: caminar, nadar, montar en bicicleta… y realizarla de forma enérgica durante 30 minutos 5 días a la semana.
Relajarse. Las situaciones de angustia, a menudo relacionadas con el trabajo o problemas familiares, tienen un efecto negativo sobre la salud. Además, haber sufrido un infarto puede también generar mucha ansiedad y depresión. Es importante aprender a relajarse y dedicar un tiempo diario al autocuidado. Si resulta difícil, es mejor pedir ayuda a un profesional.
Controlar los factores de riesgo. Un buen control de las enfermedades relacionadas con la aterosclerosis (obesidad, diabetes, hipertensión o hipercolesterolemia) ayudan a mejorar la evolución.
Moderar el consumo de alcohol. Se recomienda tomar como máximo dos copas de vino al día, en el caso de los hombres, y una copa, en el caso de las mujeres. El consumo de bebidas destiladas puede tener repercusiones negativas sobre su salud cardiovascular.
Algunos centros ofrecen programas de rehabilitación cardíaca para pacientes con cardiopatía isquémica o insuficiencia cardíaca. Estos programas se basan en la realización de ejercicio físico regular de forma supervisada, junto con recomendaciones de hábitos alimenticios y estilos de vida adecuados a cada caso. Han demostrado ser muy útiles para mejorar la evolución de los pacientes y son recomendables en la amplia mayoría de los casos.
Los pacientes que sufren cardiopatía isquémica deben tomar una combinación de fármacos con el objetivo de reducir el consumo de oxígeno del corazón, dilatar las arterias coronarias y evitar que se genere de nuevo la obstrucción.
Los vasodilatadores, como la nitroglicerina y sus derivados (nitratos, sea en comprimidos o en parches transcutáneos), relajan los vasos arteriales y venosos, incluidos los coronarios, con lo que aumenta el flujo de sangre en la zona afectada y desaparece el dolor de la angina. También existe su presentación en comprimidos “de rescate”. El paciente con cardiopatía isquémica debe llevar 1 o 2 comprimidos en el bolsillo. Si en algún momento aparece dolor en el pecho, debe cesar la actividad física, sentarse y poner un comprimido debajo de la lengua. Si el dolor cede en 10 minutos, puede seguir su actividad y comentarlo con el médico habitual en la siguiente visita. Por el contrario, si el dolor no cede, debe administrarse un segundo comprimido. Si, aún así, el dolor persiste, se debe llamar al servicio de emergencias médicas.
Los betabloqueantes (bisoprolol, carvedilol, nevibolol, metoprolol, atenolol, etc.) disminuyen la presión arterial y la frecuencia del corazón, con lo que el este necesita menos oxígeno para funcionar. También pueden reducir el riesgo de arritmias. Se ha demostrado que pueden alargar la vida de los pacientes que han padecido un infarto.
Los antiagregantes. Los pacientes que han sufrido cualquier evento derivado de la aterosclerosis, deben tomar antiagregantes de forma crónica, si no existe contraindicación. Estos fármacos hacen que las plaquetas no se agreguen entre ellas y que la sangre se vuelve más líquida, por lo que se reduce el riesgo de trombosis dentro de la arteria coronaria. El ácido acetilsalicílico es el más común.
Las estatinas son fármacos que reducen los niveles de colesterol en la sangre. Además, permiten estabilizar la placa de ateroma y evitar su rotura, así como reducir la inflamación de los vasos sanguíneos y evitar que se produzca el infarto. Por este motivo, las estatinas están indicadas en todos los pacientes con cardiopatía isquémica, aunque sus niveles de colesterol sean bajos.
Otros antianginosos son los inhibidores del calcio, que relajan la musculatura de las arterias coronarias y atenúan el efecto de las obstrucciones y de los espasmos; la ivabradina reduce la frecuencia cardíaca, por lo que el corazón consume menos oxígeno y la ranolazina tiene efecto sobre los vasos principales y los secundarios, por lo que disminuye el riesgo de angina. Este último es especialmente eficaz en los pacientes diabéticos.
El tratamiento es individual para cada paciente, los fármacos y las dosis pueden ser muy diferentes. Es importante conocer el tratamiento prescrito para poder informar sobre la medicación que se toma en caso de ser atendido por cardiopatía isquémica por cualquier otro médico distinto al habitual.
Información documentada por:
Publicado: 20 de febrero del 2018
Actualizado: 20 de febrero del 2018
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