Los Trastornos del Espectro Autista (TEA) se caracterizan por las dificultades en la interacción social y en la comunicación y, también, por la tendencia a las conductas repetitivas. Sin embargo, los síntomas y su gravedad pueden variar en estas tres áreas principales.

Así, en algunas personas los síntomas pueden producir menor impedimento y ser más sutiles, sobre todo en aquellas personas situadas en el extremo del espectro caracterizado por el alto funcionamiento, pero, en otros, los síntomas pueden ser más graves y no llegar a desarrollar el lenguaje o mostrar conductas repetitivas que interfieren en la vida cotidiana.

En el gráfico se muestra cómo los síntomas básicos del autismo se suelen acompañar de  otras enfermedades y trastornos que también pueden variar en gravedad:

Los niños con desarrollo típico son sociales por naturaleza. Suelen mirar a la cara, mostrar interés por las voces, coger los dedos e, incluso, sonríen hacia los 2 o 3 meses de vida.

Dificultades en las interacciones habituales. Por el contrario, la mayoría de los niños que desarrollan autismo tienen dificultades en las interacciones habituales. Así, a los 8-10 meses, suelen tener menor interés en las personas, responden menos a su nombre y aún no balbucean. Más adelante, suelen tener dificultades en los juegos sociales, no imitan a los demás y prefieren jugar solos. Tanto los niños como los adultos con autismo, tienen dificultades para interpretar lo que los demás piensan o sienten (empatía, teoría de la mente). Esta dificultad para ver las cosas desde el punto de vista del otro puede interferir con su capacidad para predecir o comprender las acciones de los demás.

Dificultades para interpretar las expresiones faciales y los gestos habituales que acompañan a la interacción. Esto les lleva a malinterpretar muchas situaciones. Por ejemplo, no es lo mismo decirle a alguien: “¡Ven!” con una sonrisa y extendiendo los brazos en señal de que vamos a abrazarlo, que hacerlo con el ceño fruncido y los brazos en jarras, a punto de reñirlo. Sin la capacidad para interpretar estos gestos y expresiones, el mundo social puede ser muy difícil de comprender.

Dificultades para regular las emociones. Por ello, pueden tener comportamientos en apariencia “inmaduros”, con llanto inconsolable o rabietas en situaciones inapropiadas. En estos casos, también es más frecuente la conducta agresiva, contra objetos o hacia sí mismos. Esta tendencia a perder el control puede ser más frecuente en situaciones de frustración o sobreestimulación.

A los 3 años la mayoría de niños ya pueden crear frases y han superado todos los hitos del desarrollo del lenguaje. Así, es esperable que antes de los 12 meses los niños balbuceen, y que al año usen una o dos palabras, que se vuelvan cuando se les llama por su nombre, que señalen los objetos que quieren o quieren enseñar a alguien. También, suelen mostrar expresiones o verbalizaciones de desagrado cuando se les ofrece algo que no les gusta o no quieren.

Retraso en el desarrollo del lenguaje y el uso de gestos para comunicarse. Los niños con autismo tienden a retrasar el desarrollo del lenguaje y el uso de gestos para comunicarse. En algunos casos, el desarrollo del balbuceo y las primeras palabras del lenguaje es normal en los primeros meses de vida, pero más tarde se pierden estas habilidades de comunicación. En la mayoría, el lenguaje tarda más en desarrollarse y no comienzan a hablar hasta mucho más tarde de lo esperable. En otros casos, no llega a desarrollarse un lenguaje hablado y, solo con la intervención, pueden aprender a comunicarse con otros sistemas como las imágenes, el lenguaje de signos, procesadores electrónicos o sistemas computarizados de generación de la voz.

Características peculiares del lenguaje. Cuando el lenguaje comienza a desarrollarse suele tener características peculiares. Algunos tienen dificultades para formar frases, pueden hablar con palabras sueltas o repetir las mismas frases una y otra vez. En algunos casos, lo combinan con la repetición de todo o parte de lo que oyen de forma literal (ecolalia). 

En otros niños no solo no hay retraso en el desarrollo del lenguaje (niños y adultos antes diagnosticados como Síndrome de Asperger), sino que pueden desarrollarlo de manera precoz, con un vocabulario llamativamente rico, pero, aún así, suelen tener dificultades para mantener una conversación. Por ejemplo, estos niños y adultos monologan sobre sus temas favoritos, pero sin dar oportunidades a los demás para comentar o intervenir. El intercambio habitual en la conversación e incorporar lo que el otro dice en las respuestas, les resulta más difícil. Algunos niños con TEA y habilidades superiores de lenguaje suelen hablar como “pequeños profesores”, sin cambiar al registro más “infantil” cuando hablan con sus compañeros.

Dificultades para comprender el lenguaje corporal, el tono de voz, las expresiones o frases hechas que no deben tomarse al pie de la letra. Así, no comprenden la ironía, el sarcasmo o la segunda intención que forma parte del estilo de comunicación habitual.

Asimismo, las personas con autismo pueden carecer del lenguaje corporal típico, por lo que las expresiones faciales, los movimientos y los gestos pueden no acompañar a lo que están diciendo (incongruencia). Su tono de voz puede ser invariable y no reflejar sus emociones. Por ejemplo, algunos tienen un timbre agudo, o no enfatizan las palabras, por lo que el tono es plano, mecánico, como un habla “robótica” (alteraciones de la prosodia).

Todas estas dificultades de comunicación pueden frustrar a la persona con autismo, que puede conducirle a conductas inadecuadas. Todos los métodos facilitadores de la comunicación contribuyen a que la persona sea más capaz de expresar sus necesidades y sentimientos y favorecen la mejoría conductual.

Conductas repetitivas inusuales y tendencia a restringir los intereses y las actividades. Algunas de estas conductas son los movimientos de las manos en forma de aleteo, balanceos, saltos en el sitio, dar vueltas sobre sí mismo o alrededor de objetos, recorrer la cuna o el pasillo arriba y abajo, una y otra vez.

Colocar objetos de una manera determinada, repetir sonidos, palabras o frases. Algunas de estas conductas repetitivas pueden ser autoestimulantes, por ejemplo, agitar las manos delante de los ojos. Recientemente, también se han incluido en este grupo de síntomas los relacionados con las respuestas inusuales a los estímulos sensoriales (hiper- o hipo-sensibilidad sensorial).

La tendencia a participar en un rango restringido de actividades se puede ver en la forma en que muchos niños con autismo juegan con los juguetes. Algunos pasan horas alineándolos de una manera concreta en lugar de usarlos de forma imaginativa. Del mismo modo, en algunos adultos se manifiesta como la preocupación por tener algunos objetos o muebles de la casa en un orden fijo. Lo más llamativo es cómo se pueden llegar a alterar si algo o alguien descoloca estos objetos y el tiempo que pueden llegar a dedicar a estas actividades. También, es frecuente el apego a la rutina en la mayoría de las actividades de la vida cotidiana, por lo que cualquier pequeño cambio puede ser muy estresante y desencadenar alteraciones en la conducta.

Intereses diferentes y muy exagerados. Las conductas repetitivas pueden también aparecer como intereses muy exagerados. En algunos casos, estos intereses pueden ser muy inusuales, diferentes de los que son habituales en el grupo de edad (ventiladores, túneles de lavado, semáforos…); en otros casos, se trata de un interés que también tienen sus compañeros, pero lo característico es la cantidad de tiempo que le dedican, llegando a acumular una cantidad ingente de información, en muchos casos irrelevante. Es frecuente el interés excesivo de estas características en los números, símbolos, horarios, fechas, recorridos de trasportes o temas científicos.

Hipersensibilidad. La respuesta inusual a los estímulos sensoriales es el resultado de la dificultad para procesar e integrar la información sensorial o estímulos como imágenes, sonidos, olores, sabores o movimiento. Pueden experimentar estímulos aparentemente normales como dolorosos, desagradables o confusos. Algunas personas con autismo son hipersensibles a los sonidos, a la luz intensa o a los estímulos táctiles, por lo que tienen más dificultades para tolerar las prendas normales, sonidos algo molestos (secador, aspirador) o permanecer en una habitación con iluminación normal. La hiposensibilidad puede manifestarse con un umbral muy alto de dolor, por lo que la persona puede no darse cuenta de que se ha lesionado, por ejemplo.

Síndromes genéticos. El autismo es mucho más frecuente en algunos síndromes de origen genético, que conllevan alteraciones del neurodesarrollo. Entre ellos;  el Síndrome del Frágil X, el Síndrome de Angelman, la Esclerosis Tuberosa, el Síndrome de Duplicación del Cromosoma 15 y otros trastornos cromosómicos que se producen por la afectación de un solo gen.

Algunos de estos síndromes, responsables del 15-20% del autismo, tienen características físicas o historias familiares, que pueden hacer más fácil su identificación. La confirmación del diagnóstico genético puede ayudar a guiar el tratamiento, prevenir o paliar las enfermedades médicas asociadas y la planificación de la familia.

Convulsiones. Los trastornos convulsivos, como la epilepsia, aparecen hasta en el 39% de las personas con autismo. Es más frecuente en aquellas personas que también tienen discapacidad intelectual.

Las convulsiones asociadas con el autismo tienden a comenzar en cualquier etapa de la primera infancia o de la adolescencia. Pero pueden ocurrir en cualquier momento.

Las personas con autismo pueden presentar diferentes tipos de convulsiones:

  • Convulsiones “grand mal” o  tónico-clónicas. Se pierde el sentido y la persona se desploma, se pone rígida y tiene espasmos musculares.
  • Convulsiones “petit mal”.  Apenas se perciben porque los ataques son leves y la única manifestación suele ser un parpadeo rápido o algunos segundos de mirada perdida, aparece temporalmente ausente.
  • Convulsiones subclínicas. Solo son evidentes en el electroencefalograma.

Trastornos del sueño. Los problemas del sueño son comunes entre los niños y adolescentes con autismo y pueden afectar a muchos adultos. Suelen consistir en dificultades para conciliar el sueño, despertares frecuentes a lo largo de la noche o despertar precoz. Suelen producir importante disfunción familiar cuando están presentes y, en ocasiones, son el primer motivo de consulta en casos de TEA de alto funcionamiento. 

Pica. Es una tendencia a comer cosas que no son alimentos. El comer productos que no son alimentos puede formar parte del desarrollo entre las edades de 18 y 24 meses. Sin embargo, algunos niños y adultos con autismo y otras discapacidades del desarrollo, continúan comiendo objetos como tierra, arcilla, tiza o pintura, fichas, etcétera. Por esta razón, es importante hacer una prueba de los niveles sanguíneos de plomo en los pacientes que mantienen esta conducta de forma persistente.

Discapacidad intelectual (DI). Entre el 30% y el 70% de las personas con autismo pueden tener algún grado de discapacidad intelectual asociada, por lo que es importante evaluar esta área. También, se debe determinar la funcionalidad y capacidad de adaptación, que puede estar muy afectada aún en ausencia de DI.

Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Existe un solapamiento de la sintomatología característica de este trastorno con alguno de los síntomas del TEA como la dificultad en la planificación y organización (función ejecutiva). Cuando también está presente la sintomatología de hiperactividad, impulsividad y escasa capacidad de concentración, se debe valorar la posibilidad de hacer este diagnóstico adicional y adaptar la intervención habitual para el TDAH a la población TEA.

Trastornos de Ansiedad. Son más frecuentes en la pubertad y adolescencia, sobre todo en quienes ya tienen familiares cercanos con trastornos de ansiedad. Pueden ser difíciles de diagnosticar, pero se tienen que considerar ante los empeoramientos en la conducta (irritabilidad, explosiones súbitas de agresividad, aumento en los temores y aparición de comportamientos de evitación, incremento de conductas repetitivas y de resistencia ante el cambio).

Trastornos Afectivos. La depresión también es más frecuente en la adolescencia y en quienes tienen antecedentes familiares. Las alteraciones en la conducta, la mayor tendencia al aislamiento y, en general, el empeoramiento funcional en los hábitos de la vida cotidiana, pueden hacer sospechar de esta condición.

Información documentada por:

Antonia Bretones Rodríguez
Rosa Calvo Escalona

Publicado: 20 de febrero del 2018
Actualizado: 12 de diciembre del 2023

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