Diversos estudios confirman que la COVID-19 es una enfermedad multiorgánica con un amplio espectro de manifestaciones, que persisten de 14 a 110 días después de la infección. Un artículo publicado en Nature Medicine observó que el 80% de los pacientes infectados por SARS-CoV-2 desarrollaron uno o más síntomas a largo plazo, entre los más comunes: fatiga (58%), dolor de cabeza (44%), problemas de atención (27%), pérdida de cabello (25%), disnea (24%) y ansiedad y depresión (13%).
Las consecuencias más habituales a nivel pulmonar son la sensación de ahogo y la disminución del oxígeno en sangre, que conllevan dificultad para el ejercicio físico y otras actividades. También se observan algunos casos de trombosis, que por ahora se tratan con anticoagulantes orales y heparina. Desde el punto de vista cardiovascular, las secuelas a largo plazo incluyen fibrosis de miocardio, arritmias y taquicardia.
Además, el SARS-CoV-2 es un virus que tiene un alcance generalizado, y también afecta al cerebro. Los efectos neuropsiquiátricos más habituales son fatiga, dolor muscular, dolor de cabeza, y niebla mental. También existen casos de disfunción autonómica, que es la alteración del sistema nervioso autónomo que controla las funciones involuntarias de los órganos internos. Según los nervios afectados puede ocasionar mareos, dificultades para digerir alimentos, incontinencia urinaria, disfunción eréctil, entre otros.
Los casos de ansiedad, depresión, alteraciones del sueño, y trastorno por estrés postraumático (TEPT) dificultan llevar una vida normal y son también bastante frecuentes. Aún no se sabe si se deben al confinamiento y al aislamiento social o por la infección viral y la respuesta inmunitaria desencadenada para combatir el virus, que podría afectar a zonas del cerebro y propiciar estos síntomas.
Al ser un virus sistémico, existen episodios de daño agudo en el riñón porque la tasa de filtración de este se ve reducida hasta 6 meses después de la infección. A nivel endocrino se observan casos nuevos de diabetes o el empeoramiento de algunos casos diagnosticados. Desde el punto de vista digestivo, el virus altera también el microbiota intestinal: produce una disminución de los microorganismos beneficiosos. Los efectos a nivel dermatológico son básicamente la pérdida de cabello en el 25% de las personas infectadas por COVID-19.
Estos efectos pueden producirse independientemente de la gravedad de la infección inicial y son mucho más comunes en personas de mediana edad (entre 30 y 50 años), y en mujeres más que en hombres. Se cree que esta afectación mayor en mujeres se debe a que ellas podrían tener un sistema inmunitario más reactivo. Los síntomas pueden ser de nueva aparición después de la recuperación de la enfermedad o pueden persistir desde el inicio de ésta, y pueden oscilar o incluso producir recaídas con el paso del tiempo.
Los factores que podrían contribuir a desarrollar una COVID persistente son: el daño celular que produce el virus después de la infección, tener un sistema inmunitario robusto con citocinas inflamatorias (moléculas del sistema inmunitario que promueven la inflamación), y tener un estado procoagulante inducido por el SARS-CoV-2.
Pero de momento todo esto son hipótesis. Es necesaria más evidencia e investigación de equipos multidisciplinares para comprender las causas que provocan estos efectos a largo plazo. Falta información sobre los mecanismos que se desencadenan para mejorar el análisis y el tratamiento de una sintomatología tan diversa, y así poder desarrollar medidas preventivas y de rehabilitación. A nivel global, esta pandemia demuestra que estos casos seguirán aumentando. El Hospital Clínic de Barcelona ha creado una consulta específica para atender a todos estos pacientes, estudiar cómo evolucionan a lo largo del tiempo y ofrecerles tratamiento para paliar las secuelas que presentan.