El SARS-CoV-2 tiene la capacidad de infectar aquellas células del organismo que expresan en su superficie un receptor denominado Enzima Convertidora de Angiotensina 2 (ACE-2). Algunos ejemplos de estas células son las que recubren las mucosas del sistema respiratorio o las que recubren las venas y arterias. El virus utiliza este receptor como ‘puerta de entrada’ y comienza a replicarse de forma rápida en el interior celular.
La presencia del virus en el organismo se detecta rápidamente gracias al sistema inmunitario innato. Este constituye una primera línea de defensa que ayuda a contener la infección viral de forma inmediata (en los primeros minutos u horas). Sin embargo, no suele ser suficiente para detener la infección. Por este motivo, se ponen en marcha unos días más tarde respuestas más eficaces contra el virus mediadas por el sistema inmunitario adaptativo. Estas respuestas se dividen en dos tipos, humoral o celular. En la respuesta adaptativa humoral los linfocitos B producen anticuerpos, que son proteínas capaces de unirse a regiones específicas del virus. Esta unión permite bloquear estructuras que utilizan los virus para penetrar en las células, impidiendo la infección. Pero los anticuerpos cuentan con una limitación: solo pueden unirse al virus cuando este se encuentra fuera de las células.
La inmunidad más allá de los anticuerpos
Para conseguir erradicar de manera definitiva la infección viral es necesario eliminar el virus también del interior de las células. De esta tarea se encarga la llamada respuesta adaptativa celular, mediada por linfocitos T. Los linfocitos T reconocen las células infectadas por el coronavirus y las destruyen. Esto convierte a los linfocitos T y a la respuesta adaptativa celular en el principal y más eficiente mecanismo de defensa antiviral.
La inmensa mayoría de los linfocitos B y T activados durante la infección viral solo sobreviven unos pocos días o semanas. Afortunadamente, durante la infección también se genera una pequeña proporción de linfocitos memoria (sobreviven meses o años) disponibles para defendernos de forma rápida en futuros encuentros con el virus. Son precisamente estos linfocitos T y B memoria los que se intentan generar con las vacunas ya que confieren protección de larga duración.
Detección de la inmunidad: test serológicos versus celulares
Los distintos tests diagnósticos que se han desarrollado para la COVID-19 detectan diferentes tipos de inmunidad generada frente al virus. Pero estas pruebas a menudo pueden causar confusión a la hora de interpretar los resultados.
Los tests serológicos miden la inmunidad mediada por anticuerpos. Los resultados negativos de estas pruebas son, a menudo, interpretados como ausencia de infección o pérdida de inmunidad. Pero puede deberse a que en los primeros días de la infección todavía no se han generado suficientes anticuerpos como para ser detectados por el test, o bien a que los niveles ya hayan descendido una vez pasada la infección. La pérdida de anticuerpos no implica que se haya perdido la inmunidad, la inmunidad de tipo celular (Linfocitos T) puede protegernos del virus a pesar de que hayan bajado los niveles de anticuerpos.
Los tests celulares miden la presencia de inmunidad celular mediada por linfocitos T. La detección de linfocitos T permite evaluar con más precisión la inmunidad frente al virus que la de detección de anticuerpos. Sin embargo, estos tests requieren técnicas más complejas y costosas, por lo que su utilización está poco extendida.
Una estrategia diagnóstica alternativa para comprobar la inmunidad frente a SARS-CoV-2 es la detección de linfocitos T memoria. Desafortunadamente, este tipo de tests celulares solo está disponible con fines de investigación en el campo de las vacunas.
Conocer la inmunidad para asegurar una vacuna eficaz
La investigación de la inmunidad celular frente al coronavirus es fundamental para poder evaluar la memoria inmunológica, es decir, el tiempo que se está protegido después de la infección. Así mismo, a la hora de valorar la eficacia de una vacuna, se debe considerar también si es capaz de estimular la inmunidad celular y no solo una protección mediada por anticuerpos. En este sentido se han abierto líneas de investigación basadas en la inmunidad celular que tienen como objetivo dirigir de forma selectiva a las células inmunitarias para reconocer y neutralizar al coronavirus. Esta estrategia ya se demostró que era efectiva con el SARS-CoV de 2002.
En definitiva, la respuesta de nuestro organismo frente al coronavirus es muy compleja y todavía quedan muchas preguntas por resolver. La información que se tiene hoy en día indica que la respuesta celular mediada por linfocitos T es tanto o más importante que la inmunidad aportada por anticuerpos.
Por estos motivos, es necesario continuar investigando los mecanismos inmunológicos que derivan de la infección por coronavirus con el objetivo de desarrollar terapias efectivas frente a la COVID-19, mejorar las pruebas diagnósticas y asegurar la efectividad de futuras vacunas.
Autor: Guillermo Muñoz Sánchez, Residente de Inmunología del Centro de Diagnóstico Biomédico. Hospital Clínic de Barcelona.