Millones de personas en todo el mundo se han confinado en su casa durante esta pandemia. Algunos países han sido más estrictos que otros, pero, en general, se han establecido normas bastante restrictivas de manera rápida. Es el caso de la declaración del estado de emergencia en España que ha mantenido la mayor parte de la población en casa durante semanas. El confinamiento es una fuente de estrés y ansiedad y facilita que los pacientes con trastornos mentales se descompensen.
Además, el confinamiento puede resultar especialmente difícil para los niños con trastornos del espectro autista o discapacidad intelectual, para los que los cambios de rutina causan un gran estrés. También, las personas con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer pueden tener dificultades para entender la necesidad de quedarse en casa. Pacientes con esquizofrenia y trastornos mentales graves, que tienen necesidades especiales, también pueden ser más vulnerables a tener rebrotes. Las personas con adicciones como el alcoholismo o jugar a juegos online pueden empeorar. Para mujeres y menores víctimas de violencia doméstica, la situación de confinamiento puede ser especialmente grave.
Para hacer frente a todas estas nuevas necesidades, en cuanto a la atención a la salud mental, se debería intensificar la atención psicológica y psiquiátrica, sobre todo en aquellas personas que ya presentaban trastornos previamente. Pero, al mismo tiempo, el riesgo de infectarse por el virus de la COVID-19 y la presión asistencial que existe en los hospitales y centros de salud dificultan que se realicen las visitas presenciales que serían necesarias. Todo ello representa un gran reto para la psiquiatría y la psicología que, algunos expertos, han propuesto solucionar con medidas como la telemedicina o la atención domiciliaria. Es el caso del artículo publicado recientemente en la Revista de Psiquiatría y Salud Mental, en la que participa el Dr. Vieta, del Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic.
En este documento se destacan, en primer lugar, las nuevas necesidades que se deberán atender a nivel psicológico a corto plazo. Los esfuerzos se centrarán en gestionar las consecuencias del confinamiento, el duelo por las muertes solitarias y el impacto de la crisis sanitaria sobre los profesionales de la salud.
A medio y largo plazo se prevé una subida de la demanda de atención psiquiátrica, ya que se ha observado un aumento de los síntomas de ansiedad y depresión en la población general, que pueden mantenerse o agravarse con el tiempo.
Este artículo, elaborado junto con expertos de otros hospitales de referencia del estado como el Hospital del Mar o el Gregorio Marañón, propone la atención domiciliaria de la salud mental como una de las soluciones para atender estas nuevas necesidades. La atención domiciliaria y su versión más intensiva, la hospitalización en casa, está jugando un papel clave para evitar ingresos hospitalarios por trastornos mentales, lo que reduce el riesgo de los pacientes de contagiarse por COVID-19. De este modo, se asegura un buen cuidado de aquellos pacientes que, por diversos motivos, no son candidatos para ser atendidos a través de la telemedicina.
Aunque en algunos casos no es posible este tipo de atención, la pandemia COVID-19 ha demostrado que la atención domiciliaria, en muchos casos, puede sustituir un ingreso en una unidad de hospitalización psiquiátrica, especialmente en situaciones como la actual donde muchas salas psiquiátricas han tenido que ser convertidas en salas de COVID-19.
Por otra parte, una de las primeras medidas adoptadas universalmente y que también se propone en el artículo es una transición hacia la atención remota por vía telefónica, chat o videollamada. Sin duda, el campo de la salud mental es la que más se adapta a este cambio ya que la exploración física es generalmente menos importante que en otras enfermedades. Sin embargo, la evaluación del paciente es más limitada, sobre todo si se utiliza sólo el audio, sin información visual. Aunque es previsible que tras la pandemia se vuelva al formato de visitas presenciales, esta crisis ha dejado claro que se pueden ahorrar muchos viajes innecesarios y que estas visitas a distancia pueden sustituir o complementar la visita presencial.
Estas son, sin duda, algunas de las lecciones que se han aprendido sobre la atención sanitaria tras el brote COVID-19. La psiquiatría post-COVID utilizará mucho más los recursos digitales, como aplicaciones, para proporcionar servicios de salud mental, ya sea como instrumento de gestión o de empoderamiento del paciente. Además, esta epidemia ha puesto en valor la psiquiatría como parte de la medicina y se ha demostrado, una vez más, la importancia de los aspectos psicológicos en la práctica médica.
Fuente: Dr. Eduard Vieta, Jefe del Servicio de Psicología y Psiquiatría del Hospital Clínic de Barcelona