Hoy en día el Alzheimer no tiene cura. El tratamiento farmacológico que existe mejora los síntomas del proceso neurodegenerativo, pero no lo detiene. Por eso hace años que se trabaja para encontrar un fármaco que modifique el curso de la enfermedad o la cure. Sin embargo, sí hay algunos hábitos que mejoran la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer como la actividad física y una alimentación sana. También se ha demostrado que una terapia neuropsicológica llamada intervención cognitiva puede ayudar a aliviar algunos de los síntomas. Esta terapia se basa en estimular las habilidades mentales del paciente, trabaja el lenguaje, la memoria, el cálculo, la percepción, la imaginación y los sentidos. Algunos de los recursos que se utilizan son puzzles, juegos, crucigramas, hojas de cálculo y fichas escritas. Es importante que sean actividades gratificantes y motivadoras.
Un método que favorece la adaptación a la vida diaria de los pacientes de Alzheimer y disminuye su malestar provocado por la dificultad de retener la información es la escritura de un diario. “Este diario pretende ser un espacio donde los pacientes pueden compartir su día a día y sus recuerdos, un sitio para organizar cualquier apunte, pasado, presente y futuro que consideren fundamental en su vida”, comenta la autora del libro, la Dra. Lorena Rami, neuropsicóloga y miembro del Grupo de Investigación de Enfermedad de Alzheimer y otros Trastornos Cognitivos del Hospital Clínic-IDIBAPS.
El diario sólo está enfocado a grabar todos los eventos relacionados con la memoria reciente (de los últimos días o semanas) y también la prospectiva, relacionada con la planificación de eventos futuros, ya que la memoria remota, la de los primeros años de vida, no se ve alterada. Es una herramienta útil que puede formar parte de la terapia de estos pacientes y que puede ayudarles a mejorar su calidad de vida.
El Alzheimer y su progresión
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa, es la forma más común de demencia y afecta a 50 millones de personas en todo el mundo. De hecho, cada tres segundos se diagnostica un nuevo caso. Se caracteriza porque el paciente tiene olvidos, se desorienta, finalmente deja de comunicarse y se vuelve cada vez más dependiente para realizar las actividades cotidianas. Antes de que se produzcan los síntomas existen dos proteínas que se depositan en el cerebro, la proteína beta amiloide y la proteína tau hiperfosforilada, que se extienden por la corteza cerebral e interfieren en la comunicación entre neuronas y su normal funcionamiento.
Hay dos fases, la de deterioro cognitivo en la que el paciente tiene problemas de memoria, pero esto no le impide realizar sus actividades diarias, y la fase de demencia en la que ya no es totalmente autónomo. Los síntomas más frecuentes son la pérdida de memoria, dificultad en la planificación y realización de tareas, desorientación temporoespacial (dificultades en saber día, mes, estación del año en la que se encuentra), cambios de conducta (en el estado de ánimo), alteración del ritmo del sueño y dificultades de movimiento como la dificultad para andar. Lo habitual es que aparezca en personas mayores de 65 años, pero también puede producirse antes de esa edad, incluso iniciarse entre los 20-50 años si la causa es genética. En este caso, la enfermedad es autosómica dominante y se transmite de padres a hijos.
Aparte de la edad avanzada y los antecedentes familiares, existen otros factores de riesgo como el sexo femenino (dos de cada tres casos son mujeres), la mala salud cardiovascular (hipertensión, obesidad y diabetes), y el aislamiento social y la depresión. Por el diagnóstico se realizan pruebas cognitivas que son tests que valoran la alteración cognitiva del paciente, la neuroimagen cerebral que permite obtener imágenes del cerebro y se evalúa si hay pérdida relevante de neuronas, análisis de líquido cefalorraquídeo para medir si hay proteína β -amiloide y proteínas tau. Las pruebas genéticas sólo se realizan cuando se cree que existe una base genética de la enfermedad.