El inicio del tratamiento después de un evento isquémico como un infarto o un ictus puede resultar demasiado tardío. Por tanto, es muy importante encontrar estrategias que permitan reducir de manera eficaz el riesgo vascular. Es decir, tan importante es prevenir la formación o crecimiento de la placa de ateroma, como detectarla precozmente antes de que se rompa y forme un coágulo. Dado que cada persona no tiene exactamente el mismo riesgo de acontecimiento isquémico, uno de los mayores desafíos de la medicina actual es poder predecir con mayor precisión quién se encuentra en mayor riesgo de sufrirlo.
Actualmente, disponemos de unas ecuaciones utilizadas en la práctica clínica, que calculan el riesgo de sufrir un infarto o ictus a 5 o 10 años vista, teniendo en cuenta distintos factores como la edad, el hábito tabáquico, la presión arterial, o el nivel de colesterol. Desafortunadamente, estas herramientas tienen una sensibilidad limitada, y más de la mitad de las personas que desarrollan un infarto o ictus se clasifican en categorías de riesgo intermedio o bajo. Esto pone de manifiesto la necesidad no cubierta de identificar indicadores válidos, fiables y accesibles, circulantes en sangre, por ejemplo, capaces de mejorar la identificación de personas con arterias sanas y personas con arterias con enfermedad ateroesclerótica. Así se evitarían técnicas invasivas o demasiado inaccesibles, como las que disponemos hoy en día para identificar y cuantificar la aterosclerosis. El uso de estos indicadores permitiría estratificar mejor el riesgo de enfermedad vascular en la población.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, las enfermedades vasculares isquémicas son la primera causa de muerte (sólo superada por la COVID en 2020) y una de las primeras causas de disminución de la calidad de vida en nuestro país. Las enfermedades vasculares tienen su origen principal en la placa de ateroma, que es un depósito de grasa (especialmente colesterol) en la parte interna de las arterias que provoca una disminución del diámetro de la arteria y, por tanto, dificulta que la sangre fluya correctamente por nuestro cuerpo. Eventualmente, estos depósitos de grasa se rompen y forman un coágulo, que viaja por el torrente sanguíneo hasta que obstruye totalmente la arteria y produce el infarto o el ictus, es decir, la falta de riego sanguíneo que provoca una falta de oxígeno en el corazón o en el cerebro.
El Grupo de Investigación traslacional en diabetes, lípidos y obesidad del IDIBAPS, junto con la Sección de Lípidos y Riesgo Vascular perteneciente al Servicio de Endocrinología y Nutrición tiene por objetivo encontrar biomarcadores en sangre, capaces de discriminar entre personas sanas o aquellas con arterias con enfermedad ateroesclerótica. Estas personas podrían beneficiarse de una evaluación e intervención preventiva más intensiva y adecuada a su nivel real de riesgo, que ayude tanto a reducirlo, como a retrasar la progresión de la enfermedad y la aparición de un evento vascular.
Autora: Dra. Gemma Chiva-Blanch, Grupo de Investigación traslacional en diabetes, lípidos y obesidad del IDIBAPS, y CIBEROBN (ISCIII).