La función primaria del sistema inmunitario es eliminar a los invasores externos y controlar a los internos. Este sofisticado sistema posee diferentes mecanismos para distinguir entre los elementos propios y los ajenos. Los invasores externos serían los virus, bacterias o parásitos, mientras que los internos, por ejemplo, serían las células cancerígenas. Las enfermedades autoinmunes se desarrollan a causa de una alteración de esta capacidad diferenciadora de elementos internos y externos. Como consecuencia de ello, el sistema pierde el control y ataca a los tejidos propios sanos.
Este “autoataque” puede ser selectivo y causar una enfermedad autoinmune sólo en un órgano o puede ser no selectivo y provoca una alteración generalizada (enfermedad autoinmune sistémica). Algunas de las enfermedades autoinmunes específicas de órgano más frecuentes son la tiroiditis autoinmune, la diabetes infantil y juvenil, la artritis reumatoide o la psoriasis. Entre las enfermedades autoinmunes sistémicas destacan el lupus eritematoso sistémico, la esclerosis sistémica, las miopatías inflamatorias o las vasculitis. Un 20% de la población sufre alguna enfermedad autoinmune y en medicina se han descrito cerca de un centenar.
Al igual que un ejército, el sistema inmunitario también tiene sus divisiones. La inmunidad celular, la inmunidad humoral, la función de memoria, y los macrófagos, monocitos y células dendríticas. La inmunidad celular está compuesta por células denominadas linfocitos T, capaces de fabricar unas sustancias tóxicas llamadas citoquinas. Son como los tanques del ejército, ya que pueden reconocer a los agentes externos, atacarlos y destruirlos. La inmunidad humoral está compuesta por linfocitos B que son los productores de anticuerpos, que neutralizan los elementos invasores, también llamados inmunoglobulinas. Los linfocitos B reconocen al invasor externo con la ayuda de los linfocitos T, estos últimos informan a los B que un invasor externo ha entrado en el organismo.
El sistema inmunitario tiene una función adicional: la capacidad de memorizar. La liberación de anticuerpos puede repetirse rápidamente ante un segundo ataque por el mismo elemento invasor, porque estas células tienen memoria. Existe una tercera división formada por unas células llamadas macrófagos (presentes en los tejidos) o monocitos (presentes en el torrente sanguíneo) y otras llamadas células dendríticas. Éstas, “patrullan” por el organismo y cuando encuentran al enemigo, lo capturan, y lo presentan al linfocito T.
Afortunadamente, en los últimos 35 años se ha producido una eclosión en la investigación sobre enfermedades autoinmunes. En el Hospital Clínic se creó en 1986 un equipo de investigación (actualmente integrado en el IDIBAPS) dedicado a la investigación sobre estas enfermedades y desde 1995 el hospital también dispone de un Servicio, pionero en el Estado español, específicamente dedicado al control y tratamiento de los pacientes con enfermedades autoinmunes sistémicas.
En todo este tiempo, se ha logrado estabilizar enfermedades como el lupus o la diabetes tipo 1, y que las personas que la padecen puedan llevar una vida prácticamente normal. También se han hallado nuevos tratamientos para enfermedades minoritarias como la vasculitis, así como retrasar el progreso de enfermedades como la artritis. El cuidado de estas patologías, sin embargo, es todavía una asignatura pendiente. La investigación conduce a mejorar el conocimiento sobre estas enfermedades y encontrar medicamentos más eficaces para controlarlas y finalmente curarlas.
Información documentada por: Dr. Ricard Cervera, Jefe del Servicio de Enfermedades Autoinmunes, Hospital Clínic de Barcelona, líder del Grupo de Investigación en Enfermedades Autoinmunes Sistémicas, IDIBAPS, y director de la Cátedra UB-GSK de Enfermedades Autoinmunes, Universidad de Barcelona