La trombosis es un problema de salud pública grave. Las enfermedades cardiovasculares supusieron en el 2019 el 32% de las muertes en el mundo, de las cuales el 85% fueron por un infarto o ictus. De estas, un número elevado se producen a causa de problemas de coagulación que acaban en trombosis. Además, una proporción importante de los cánceres también producen alteraciones de la coagulación. Esto aumenta el impacto de la trombosis en la salud de la población mundial.
La trombosis es debida a un desequilibrio de los mecanismos de coagulación de la sangre. Los mecanismos de coagulación están implicados en funciones vitales para el organismo, como evitar una pérdida de sangre excesiva a través de una herida, entre otros. Los tratamientos actuales para la trombosis afectan a los mecanismos de coagulación, cosa que produce efectos secundarios. Por eso, se continúa investigando sobre nuevos fármacos que actúen sobre el trombo sin afectar al resto de funciones del mecanismo de coagulación.
¿Por qué se produce la trombosis?
La trombosis es un mal funcionamiento de la hemostasia, la propiedad de mantener la sangre (hemo-) en correcto equilibrio (-stasis), o sea, circulando libremente por arterias y venas. Cuando un vaso sanguíneo se rompe, se pierde sangre y para evitarlo, los mecanismos de la hemostasia se activan para formar un coágulo que cierre el vaso y permita mantener el flujo sanguíneo. Estos mecanismos coaguladores están compensados por otros mecanismos anticoagulantes que se encuentran en la sangre. Por eso hablamos de un balance hemostático entre mecanismos pro- y anticoagulantes.
Cuando hay un daño en la parte interior del vaso, ya sea por inflamación o por acumulación de grasa (aterosclerosis), se rompe el balance hemostático y se forma un coágulo dentro del propio vaso. Esto es lo que se denomina trombo sanguíneo. Si este coágulo se mueve por el torrente sanguíneo, se lo denomina embolismo. Una gran proporción de las muertes por infarto cardíaco, ictus cerebral y embolia pulmonar son consecuencia de trombosis en los diferentes órganos.
¿Cómo se puede tratar la trombosis?
Los anticoagulantes orales han contribuido a disminuir la mortalidad de la población y evitar el riesgo de sufrir una trombosis. Aun así, uno de los efectos secundarios de este tipo de medicación es el riesgo de hemorragias (pérdidas elevadas de sangre) puesto que inhiben la capacidad del cuerpo para coagular la sangre en caso de herida.
Los primeros anticoagulantes orales tenían un efecto sobre la acción coagulante de la vitamina K. En los últimos años, se han desarrollado otros anticoagulantes orales de acción directa. Estos fármacos inhiben específicamente proteínas esenciales para la formación del coágulo o trombo (trombina y factor X de la coagulación). Se toman por vía oral y no necesitan la misma monitorización, puesto que no tienen efectos tan variables en cada paciente como los anticoagulantes orales clásicos. Además, en la mayoría de ensayos clínicos, han demostrado tener más seguridad farmacológica, puesto que no tienen tanto riesgo de inducir hemorragias.
De todos modos, se continúa con la busca de nuevos fármacos que actúen específicamente sobre la trombosis sin afectar a la hemostasia de la sangre y, por tanto, que se mantenga la capacidad de coagulación en caso de herida. Esto será un reto puesto que cada vez hay más evidencia de que los mecanismos de coagulación también están implicados en la respuesta inflamatoria necesaria para proteger de las infecciones y en los mecanismos de regeneración de los tejidos.
AUTOR:
Dr. Pablo García De Frutos, grupo de investigación de Hemoterapia- hemostasia del Clínic- IDIBAPS.