Se sabe que el ejercicio facilita la liberación de sustancias protectoras que tienen un efecto beneficioso sobre la sensación de bienestar y sobre otras funciones corporales y cognitivas. No obstante, hasta ahora no se había estudiado de forma sistemática el posible efecto beneficioso del ejercicio sobre el Alzheimer. Este estudio multicéntrico es uno de los más completos realizados hasta el momento, tanto por los indicadores de comportamiento y fisiológicos medidos como por los diferentes patrones de ejercicios evaluados (períodos cortos y largos) iniciados en fases iniciales y moderadas de la enfermedad.
En la investigación se han utilizaron ratones transgénicos 3xTg-AD -los cuales desarrollan una patología similar a la enfermedad de Alzheimer- distribuidos en grupos. El grupo en fase inicial de la enfermedad siguió una rueda de actividad durante un mes y examinado a los 4 meses de edad para comprobar los resultados. Otros grupos fueron sometidos a la rueda durante períodos de 1 a 6 meses y examinados a los 7 meses de edad, ya en fase moderada de la enfermedad. Estos grupos se compararon con dos grupos de control, uno formado por animales enfermos sin acceso al ejercicio y otro por animales sanos.
Los ratones que no practicaron ejercicio presentaron síntomas psicológicos de demencia y pérdida cognitiva, alteraciones en la función sináptica y en la potenciación a largo plazo (la intensificación duradera entre dos neuronas, un mecanismo del cual dependen los recuerdos y el aprendizaje), así como peor función sensiomotora. Por el contrario, los sometidos a actividad física tuvieron mejores resultados en todas las pruebas psicomotrices, en las de memoria y aprendizaje, así como menor ansiedad ante situaciones estresantes y mejor control de la respuesta al sobresalto.
El trabajo constata que el ejercicio físico protege la comunicación sináptica entre las neuronas, aumenta la memoria a largo plazo y mejora la capacidad de aprendizaje complejo. Indicadores fisiológicos relevantes, como el estrés oxidativo del cerebro, resultaron ser mejores en los animales sometidos a actividad física, lo cual revela la importancia del ejercicio voluntario y moderado como factor de neuroprotección.
Los datos obtenidos no son facilmente extrapolables a la especie humana, pero sugieren que el ejercicio físico, y probablemente intelectual, pueden ser beneficiosos a medio plazo para retrasar la aparición de determinados síntomas característicos de la enfermedad de Alzheimer y otros que acompañan al proceso de envejecimiento normal.
El estudio ha sido financiado por la Fundació La Marató de TV3 y forma parte de un proyecto más amplio de estimulación ambiental en la enfermedad de Alzheimer que coordina la Dra. Lydia Giménez-Llort, de la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha recibido también el apoyo de otros organismos como el Ministerio de Ciencia e Innovación y el de Sanidad, entre otros.
Fuente: IIBB-CSIC