La LMC es una neoplasia mieloproliferativa crónica en la que la médula ósea produce un exceso de granulocitos (un tipo de leucocitos o glóbulos blancos) anómalos. Se diagnostica por el hallazgo de un aumento de los leucocitos en la sangre, junto con la presencia de un cromosoma anormal (el cromosoma Filadelfia o Ph) y del oncogen BCR/ABL en las células sanguíneas. La LMC presenta una fase inicial que, si no se trata con los ITKs, tiende a evolucionar en pocos años a una fase de aceleración y finalmente a la denominada crisis blástica, en la que la enfermedad se convierte en una leucemia aguda que no suele responder al tratamiento.
Antes de la introducción de los ITKs, la supervivencia mediana desde el diagnóstico de la LMC era de alrededor de 5 años. Los ITKs atacan exclusivamente a las células leucémicas, produciendo una intensa disminución de las mismas hasta que solo son detectables mediante técnicas de biología molecular muy sensibles, situación que se conoce como respuesta molecular. Entre los diversos ITKs disponibles en la actualidad, imatinib sigue siendo el más empleado por su eficacia y, sobre todo, por su seguridad a largo plazo, tal como se demuestra en el estudio. Así, a los 10 años de seguimiento, más del 83% de los pacientes seguían vivos y, de los que murieron, una mayoría lo habían hecho por causas no relacionadas con la enfermedad, es decir, las mismas que en la población general de esa edad.
El objetivo del estudio IRIS, promovido por Novartis y en el que se incluyeron pacientes con LMC de 177 centros de 16 países, fue analizar la eficacia y seguridad de imatinib. Para ello se realizó un seguimiento durante casi 12 años (del año 2000 al 2012) a 1.106 pacientes de 18 a 70 años de edad, que habían sido diagnosticados de leucemia mieloide crónica en fase crónica dentro de los 6 meses anteriores a su inclusión en el estudio y que no habían recibido tratamiento previo, excepto hidroxiurea. Los pacientes se distribuyeron aleatoriamente en dos grupos: uno que recibió imatinib y el otro interferón alfa más citarabina, el tratamiento de primera línea de la LMC en esa época, a excepción del trasplante alogénico de progenitores hemopoyéticos empleado entonces en los pacientes más jóvenes.
Los primeros resultados del IRIS mostraron que imatinib era notablemente más eficaz y presentaba menos efectos secundarios que el interferón alfa combinado con citarabina. Así, al año y medio de seguimiento, la tasa de respuestas citogenéticas completas (es decir, 0% de células cromosoma Filadelfia positivas en la médula ósea) fue del 76,2% en el grupo tratado con imatinib, frente al 14,5% en el grupo que recibió interferon alfa más citarabina; asimismo, la supervivencia libre de progresión de la enfermedad a la fase blástica fue del 96,7% en el primer grupo, frente al 91,5% en el segundo. Estas diferencias en los resultados condujeron a la aprobación de imatinib como tratamiento de primera línea de la LMC y a replantearse el objetivo de la investigación, redirigiendo la atención hacia las mejoras en el pronóstico de los pacientes asignados de entrada al tratamiento con imatinib.
Los resultados a largo plazo del estudio IRIS muestran que la mitad de los pacientes (un 48,3%) completaron el tratamiento del estudio; un 82% consiguió una respuesta citogenética completa y la supervivencia global a los 10 años fue del 83,3%. Los investigadores concluyen, pues, que la eficacia del imatinib persiste en el tiempo y que la administración a largo plazo de este ITK no se asocia a efectos secundarios clínicamente relevantes. En este sentido, cabe señalar que, si bien los ITKs de segunda generación (como nilotinib y dasatinib) producen respuestas más rápidas que imatinib, ello no se ha traducido en diferencias en la supervivencia a largo plazo y, en cambio, sí a tasas de toxicidad severa notablemente más altas.