La vitamina D es un nutriente esencial que está llamando la atención por su creciente déficit en niños y adultos a nivel mundial. Una de las funciones más conocidas de la vitamina D es su implicación en la homeostasis (equilibrio) del calcio y fósforo, que ayuda a mantener un esqueleto sano y una buena contracción muscular. No obstante, su reciente relación con el sistema inmunitario ha incitado que se estudie qué otras consecuencias puede suponer su déficit en la salud.
La vitamina D se presenta de dos formas: la vitamina D2 o ergocalciferol, que solo se obtiene a través de los alimentos, y la vitamina D3 o colecalciferol, que se sintetiza en la piel a través de los rayos del sol, además de obtenerse a través de la dieta. Ambas formas de este nutriente tienen los mismos efectos en el organismo. Se considera que podemos llegar a obtener hasta el 90% de la vitamina D que una persona necesita a través de los rayos del sol. Las principales fuentes de vitamina D en la alimentación son de origen animal. Las encontramos en el aceite de hígado de pescado, en los pescados azules -como el salmón, las sardinas, el arenque y la caballa-, en la yema de huevo y en los lácteos enteros o enriquecidos. La capacidad de absorción o síntesis de la vitamina D puede variar según diversos factores como la edad de la persona, ciertas enfermedades y los fármacos que se tomen.
Por consenso se establece que la forma inactiva de la vitamina D (25(OH)D) es el marcador de elección para medir sus niveles en sangre. Se establecen como óptimos valores superiores a 30 ng/mL, insuficientes valores entre 20-30 ng/mL y deficiencia cuando los valores son inferiores a 20 ng/mL. Si, pese a la exposición al sol y una dieta rica en estos alimentos, los niveles siguen siendo bajos también se puede obtener niveles óptimos suplementando con vitamina D sintética - siempre que un profesional sanitario lo indique.
Se sabe que el déficit de vitamina D causa osteoporosis en adultos o raquitismo en niños, que es un trastorno esquelético que provoca huesos blandos y débiles. Además, en los últimos años, se ha estudiado su implicación en la regulación del sistema inmunitario. Se ha observado como existen receptores de vitamina D en todas las células de este sistema, lo que podría indicar que esta vitamina interviene en su regulación.
El déficit de vitamina D se considera un factor de riesgo para tener una disfunción del sistema inmunitario, infecciones del tracto respiratorio e infecciones virales. Por ello, se postula que un déficit de esta vitamina puede aumentar el grado de severidad de la infección por COVID-19. En COVID-19, la desregulación inmune existente asociada al aumento en la condición inflamatoria podría corregirse adecuadamente con la actividad inmunomoduladora de la vitamina D. Además, la suplementación con vitamina D, especialmente en situaciones de deficiencia o insuficiencia, puede reducir el desarrollo de síntomas severos. Sin embargo, la evidencia se basa principalmente en estudios observacionales por lo que se necesitan ensayos clínicos aleatorizados con mayor tamaño de muestra para favorecer una evidencia más concluyente sobre el papel de la vitamina D en COVID 19.
Conocer la función de la vitamina D en otros órganos o sistemas podría ayudar a establecer qué relación tiene este nutriente con el desarrollo de esas patologías e incluso abrir nuevas líneas de tratamiento.
Información documentada por: Alba Andreu, nutricionista del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Instituto Clínic de Enfermedades Digestivas y Metabólicas (ICMDM) del Hospital Clínic de Barcelona.